Luisa Esther

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    Luisa Esther
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    Buenas tardes, mi nombre es Espindola, Luisa. Soy bibliotecaria hace 8 años. Actualmente soy bibliotecaria interina en la BP Nª10 de la localidad de Resistencia. Adjunto una carta a «La niña que fuí»
    Carta para la niña que fui, con el olor a papel en el alma.
    Mira, yo del pasado, la que no sabía qué hacer con su vida y se la pasaba leyendo en cualquier rincón. Te tengo que confesar algo: no me volví millonaria, no soy una estrella de rock y no salgo en la tele. De hecho, mi vida es bastante tranquila y huele a papel y café. ¿Mi trabajo? Soy bibliotecaria. Y te juro que es la cosa más cool que me ha pasado.
    Sé que te lo preguntas. ¿Por qué, de todas las cosas, elegí esto? No fue un plan, fue más bien como volver a casa.
    ¿Recuerdas esa sensación? La primera vez que entraste a la biblioteca de la escuela, con ese aire fresco y ese silencio que, en realidad, no era silencio, sino el murmullo de mil voces en papel. La bibliotecaria de entonces, la señora Elena, no era la típica señora de lentes. Era una hechicera. Me miraba, yo con mis rodillas raspadas y mi timidez a cuestas, y me decía: «Tú necesitas a Narnia.» O «Tú, hoy, necesitas un viaje en el tiempo». Nunca me dio lo que pedía; me daba lo que necesitaba, incluso antes de que yo lo supiera.
    Y ese fue el primer chispazo: vi que un libro no es solo un objeto. Es un antídoto para la vida. Es una brújula.
    El verdadero «clic» me cayó como un rayo. Estaba en la universidad, en un laberinto de libros buscando algo para un trabajo aburridísimo. En eso, veo a una chica con la cara hundida en sus manos, frustrada. Le pregunté qué le pasaba y me dice: «No sé qué hacer. No me encuentro en ningún lugar». Sin pensarlo, la llevé a la sección de poesía, le di un libro de Benedetti y le señalé un poema. Ella lo leyó, levantó la vista y me miró como si le hubiera dado un mapa del tesoro. No me dio las gracias por el poema, sino por entenderla.
    Ahí lo supe. Mi vocación no era acumular conocimiento para mí, sino darlo, compartirlo, ser el puente entre la gente y las historias que necesitan. Decidí que mi trabajo sería ese: ser una curandera de curiosidades.
    Ahora mi vida es una mezcla de todo y de todos. Un día ayudo a un chico a encontrar una enciclopedia sobre volcanes y al siguiente estoy guiando a una señora a la sección de cocina porque quiere hornear el pastel de su abuela. Soy la «buscadora de tesoros» oficial.
    Así que, sí, mi querida yo del pasado, la que no encajaba del todo: te cuento que encontré mi lugar. Es un lugar lleno de mundos y lleno de gente que, como nosotras, solo necesita una historia para sentirse en casa. Y mi mejor parte del día es ver a alguien irse de aquí con un libro en la mano y una sonrisa en el rostro. Es la mejor paga del mundo.
    No tengas miedo de seguir esa voz que te pide abrir un libro. No te va a llevar a la fama, pero te prometo que te va a llevar justo donde debes estar: en el corazón de todas las historias.
    Te abrazo fuerte, entre el murmullo de las páginas y el olor a conocimiento.
    Con todo mi cariño, y el permiso de tres libros que tengo pendientes de ordenar, tu yo del futuro, que ahora tiene un título bibliotecaria que parece de oro.

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